Seguidores

domingo, 11 de dezembro de 2011

Noitches Paraguayas (parte 1)


― Carajo, carajito, carajón... qué poco dinero teneis! Hmm... ¿y que tal cargarte de plomo ahora, ahorita mismo buey?
            ― No sé que hacer más para agradarlo señor...
            ― Agradarme?! Agradarme, ¿cabrón? Soy un hombre positivo, plata en mano y culo en tierra.
            ― La piedra que es sábia, passa la vida sin hablar nada.
            ― ¿Y quien le dirigió palabra, doña? Eh, huevón, cala a tu doña sino quitole la lengua yo. Dejemos de makanadas, sabes por qué he venido: a nosotros, los Zetas, no nos gusta los kilombeos que haces en este taller klandê de mierda...
            ― Pero sigo con lo mismo business de siempre...
            ― Cálate, tavyrongo! No ves que ha cambiado todo, buey, ahora en Pedro Juan Caballero no se trabaja más por los brasileños y esto debe quedar claríssimo, a full!
            ― ¿Joder, si los traicionar, que harán ellos de mí? Y a ustedes Zedelpas que diferencia les da? Tan chiquitito soy, no comprendo...
            ― Exacto, buey, lo diciste por entero: es chico, es un lambebolas de esos chongos de Mato Grosso y no comprendes ñembo. Pero la mala-onda no viendra de ellos, nosotros te vamos a joder como ejemplo. Nada personal, cabro...
            ― Por Diós, hombre, lo haré como decís, no necesitan...
            ― Estos brasileños son unos karibokas de mierda, perdieron el orgullo de vivir en una mierda de país; no se sienten más parte del tercer Mundo como nosotros...
            ― Sin embargo siempre hicimos buenos trades, avá...
―Carajo! ¿Ni siquiera comienzas a te dar cuenta, juguetón? No hagamos sutilezas, no percibiste o no lo quisieras reconocer que los tiempos son otros: cada automóvil que llega de Ponta Porã o del culo del diablo paga a los Zetas antes de pasar a Colombia o Bolívia. Obligativo. ¿Está claro?
            ― Sí, sí, de acuerdo... solo que yo...
            ― Solo que todavía hay huevones como tu que siguen manteniendo acuerdos con los babakuaras. De hecho las personas necesitan ser movidas por medio de la aceleración, del miedo y de la conectividad. Así que es fundamental chasquear la mídia, que nadie pase por alto lo que está por vos suceder...
            ― ¿Pero qué haceis?... No, no, ¿por qué la sierra?! Déjela, caridad señor!
            ― Es terrible la realidad, el pueblo vive em la más absoluta ignorancia. Claro está que necesitamos enseñarle unas cositas... ahora, por ejemplo, vamos a cortar tu mano y la de tu mujer... primero las damas, por supuesto...
            ― Nooo, qué... Aaaaaaiiiieee... AAAAAAAAAA...
            ― ¿Qué tipo de monstruo asesino eres? Mátela, acorte su sufrimiento le ruego...
            ― Chicos, que suciedad la sangre de esta galina... bueno, asierren com cuidado... eso... después al cretino... eh, pelotudo, decime: ¿donde están tus hijos? Tienes tres membiras, ¿verdad?, a los hombres voy desuñarlos pero a la yiyi... me han dicho que es una guapísima quinceanera... a ella yo mismo voy a kafishear.
            ― Aaah... se... se fuerán a Asunción... Aaaiii, no les moleste, por favor... Uaaaahh...
            No dia seguinte os corpos foram descobertos numa parte descampada do Calejón Mafussi em Pedro Juan Caballero, Paraguai. As mãos direitas de ambos tinham sido cortadas, marido e mulher tinham sido amarrados à roda de uma camionete de luxo roubada no Brasil. Lupe e Paco mantinham uma pequena oficina, um desmanche clandestino ligado aos grupos brasileiros de roubo de veículos. O recado para a população não podia ser mais claro, embora as manchetes da imprensa local fingissem ignorar as ações cada vez mais ultrajantes e espetaculares dos autointitulados Zedelpas, os Zetas do Paraguay.
Inspirados na estrutura ‘familiar’ e na postura intimidatória de desafio aberto às autoridades dos congêneres mexicanos, o clã paraguaio cada vez mais crescia em importância neste segmento, apoiando-se num cada vez mais forte ressentimento local com a influência dos ‘brasiguaios’. Os três filhos do casal sobreviveram à tragédia, Raulino, de vinte anos, e Aluízia, de quinze, efetivamente estavam em Assunção e escaparam do massacre; o mais novo, Rosendo, de doze anos, ouviu tudo de dentro do porão da oficina onde os pais o haviam trancado quando perceberam a chegada dos matadores. O menino nunca mais voltou a falar.
Com a ajuda de uma tia, conseguiram atravessar a fronteira e fugir para o Brasil. Instalaram-se em São Paulo.

Nenhum comentário: